El 2 de octubre de 1187, Saladino ocupa Jerusalén, capital del reino latino del mismo nombre, lo que precipita la creación de la III Cruzada.
El origen de las cruzadas es muy anterior, surgiendo en el siglo XI. En Europa se ha consolidado el orden feudal. Se ha superado el periodo de las invasiones vikingas, y la idea de la "paz de Dios", está cristianizando a la caballería. Todo esto hace que Europa tenga un potencial latente de violencia que necesita extravasar al exterior. Además el cerrado sistema de herencias por linaje del sistema feudal, deja a muchos miembros de familias nobles sin posibilidades de prosperar y alcanzar poder su su tierra, y necesita buscar nuevas metas.
Esto coincide con un periodo en que se está empezando a progresar en el Mediterráneo occidental, a costa de los poderes musulmanes (en España, la reconquista progresa, mientras que Corcega y Cerdeña son ocupadas por genoveses y pisanos en el segundo tercio del siglo XI, etc.). Es en este momento, cuando a través de los Prineos, empieza a calar el concepto de cruzada contra el infiel traido por los caballeros franceses.
En el plano religioso, estamos en Plena Edad Media Occidental. Es un momento en que toma peso el concepto de "homo viator", hombre que camina por la vida hasta alcanzar el reposo definitivo de su ser en el Mas Allá, y que se plasma en las peregrinaciones a los lugares santos (Santiago de Compostela, Roma, o diversos centros regionales) y como lugar por excelencia, Jerusalén.
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Concilio de Clemont |
En este contexto, Urbano II, el Papa, ve una forma de consolidar su poder temporal en toda la cristiandad, aunando las asperaciones espirituales, políticas y aventureras de toda la cristiandad, en un objetivo común: la toma de los lugares santos para la cristiandad.
La ocasión se presentó en 1095, cuando el emperador de Bizancio, Alejo I, solicitó en envío de mercenarios europeos para luchar en su ejército contra los turcos (la idea que que solicitó ayuda para frenar la expansión islámica en forma de peregrino o en lo que sería la Cruzada, hoy difícilente se mantiene (Ladero Quesada, 1987)). En vez de esto, Urbano II, convocó el concilio de Clemont, el 25 de noviembre de 1095, llamando a recuperar Jerusalén. A su llamada acudieron nobles de diversas tierras (aunque franceses en su mayoría). Nombró a Ademaro de Monteil como legado papal para la expedición, designó como símbolo una cruz roja en el hombro para los peregrinos, y procuró que las autoridades aclesiásticas garantizasen el respeto a las familias y bienes de los que habían de confluir en Constantinopla.
Mientras se organizaba la "cruzada de los señores", varios predicadores, como Pedro El Ermitaño o Emich de Leisingen, organizaban la "cruzada de los pobres". Se formaba por gente si organización ni preparación, pero con un profundo misticismo y religiosidad, protagonizando grandes excesos durante su viaje a través de Bulgaria, hasta Constantinopla, donde se les facilitó el paso a Asia Menor, donde fueron masacrados por los turcos.
La llegada de la "cruzada de los señores" a Constantinopla ocurrió a finales de 1096. Alejo I, logró una juramento de fidelidad de los fejes cruzados (excepto Bohemundo de Tarento que no lo hizo hasta 1107), así como su compromiso de entregar los territorios recuperados al imperio o mantenerlos como feudos del mismo. La cruzada se inició con el paso a Asia Menor y la ocupación de Nicea en junio de 1097, y se puede dar por concluida con la ocupación y consitución como reino, de Jerusalén, en el año 1100. Al mismo tiempo, se fundaron varios estados cruzados a lo largo de esos primeros años:
Reino de Jerusalén (1099-1291, desaparece tras la caída de Acre). Tiene varios territorios vasallos:
Condado de Edesa (1098-1144)
Principado de Antioquía (1098-1268)
Condado de Trípoli (1104-1288)
Aunque con la conquista de Jerusalén, muchos de los caballeros volvieron a sus casas, haciendo inviable la consolidación de las conquistas con un territorio suficiente (de hecho, siempre tuvieron la amenaza de Siria y Egipto, pero una campaña que hubiese culminado con la ocupación de Siria hubiese facilitado la estabilidad de los reinos cruzados), mientras Siria y Egipto no estuvieron unificados en un solo proyecto (ni siquiera Siria estaba unificada en un solo poder), y mientras tuvieron el apoyo de las flotas de los estados italianos y la afluencia de peregrinos armados, se pudo mantener los dominios.
Sin embargo, en 1154, Zengí y su hijo Nur al-Din ocupan Damasco y unifican toda Siria. La primera consecuencia es la caída del reino cruzado más expuesto, Edesa, que cae entre 1144 y 1146. La respuesta es la petición de ayuda por el rey de Jerusalén Balduino III. Se organiza la II Cruzada en 1146, al mando del emperador Conrado III y Luis VII de Francia. La cruzada es un fracaso que no logran ningún objetivo.
En 1174, Saladino, unificaba Siria y Egipto en un solo reino, aunque siempre tuvo la oposición de poderes menores dentro del Islám (de hecho, para poder tener la autorización del cálifa abbasí de Bagdad (teórico jefe supremo de todo el Islám), debió justificar que el Sultán de Siria, obstaculizaba la conquista de las tierras cruzadas, y que el se comprometía a devolver Jerusalén al Islám). A partir de ese momento la presión hacia los territorios cruzados fue en aumento. El nuevo rey Balduino IV (1174-1186) dedicó todo su reinadp a intentar mejorar la defensa y coordinación de todas las fuerzas cruzadas, además de lograr más apoyos exteriores. Sin embargo, a su muerte, Saladino destruyó completamente al ejército cruzado en la batalla de Hattin (julio de 1187), capturando a casi todos los jefes cruzados, incluido el nuevo rey Guido de Lusignan. El más alto cargo que logra escapar es Balian de Ibelín. Saladino pone de inmediato sitio a Jerusalén. Balian, que no se encuentra en Jerusalén, pide a Saladino autorización para acudir allí buscar a su mujer e hijos. Saladino acepta pero con la condición de que no permanezca en Jerusalén más de un día y que no tome las armas contra él. Sin embargo, cuando llega a la ciudad, el patriarca Heraclio le reconoce y le pide que lidere la resistencia. Balian pide autorización a Saladino para romper su juramente y éste acepta.

Balian organizó una defensa desesperada pero muy efectiva. Al final, la aplastante superioridad de las tropas islámicas, se impone. Cuando ya todo parece perdido, Balian acude a ver a Saladino para proponerle entregar la ciudad a cambio de la inmunidad de sus habitantes, pero, dada la situación, Saladino no lo ve necesario y no acepta. Además, mientras negocian, un estandarte islámico se iza en un baluarte de Jerusalén. Balian amenaza con destruir completamente toda la ciudad antes de perderla. Ante esa amenaza, Saladino acepta la entrega de la ciudad pero pide que se pague un precio por cada ciudadano que se libere. Todos los habitantes de Jerusalén que pudieron, pagaron por su liberación. Además, tanto Balian como muchos habitantes con dinero pagaron por los que no tenían. Incluso, el mismo Saladino y muchos nobles islámicos pagaron el rescate de otros muchos como agradecimiento a Alá por la victoria.
Tras la caída de Jerusalén, siguieron la gran mayoría de las plazas cruzadas, excepto Tiro, donde se organizó una gran defensa y se refugiaron muchos habitantes de los territorios que habían caído.